¿Cuál es la verdadera razón por la que la gente usa mascarillas durante una epidemia?

La última epidemia del coronavirus ha provocado que la gente busque mascarillas o cubrebocas como nunca antes. “El mundo está enfrentando una disrupción en el mercado de equipo para protección personal”, advirtió a principios de febrero Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS). “La demanda es cien veces superior a la normal y los precios han aumentado unas veinte veces”. Esto ha ocurrido pese a que las mascarillas, por sí solas, no han demostrado ser profilácticas en contra de la infección del nuevo coronavirus (los expertos en medicina parecieran coincidir en que lavarse las manos es más importante).

Y, a pesar de todo, no deberíamos considerar estas compras compulsivas como una señal de pánico epidémico irracional. Si tomamos en cuenta el uso de las mascarillas en su contexto histórico y cultural, veremos que en China, por ejemplo, sirven para mucho más que un simple medio de protección personal en contra de la infección. Las mascarillas también son una marca de modernidad médica, así como una señal de certeza mutua que permite el funcionamiento de una sociedad durante una epidemia.EL TIMESSi quieres recibir en tu correo las mejores columnas de opinión de The New York Times en nuestro idioma, suscríbete aquí a El Times, el boletín en español.

Ante un aumento en la demanda, los trabajadores duplicaron la producción de cubrebocas en una fábrica en Bangkok el mes pasado.
Ante un aumento en la demanda, los trabajadores duplicaron la producción de cubrebocas en una fábrica en Bangkok el mes pasado.Credit…Jonathan Klein/Agence France-Presse — Getty Images

Como los conocemos en la actualidad, las mascarillas antiepidémicas fueron inventadas en China hace más de un siglo, durante el primer esfuerzo del Estado chino por contener una epidemia mediante mecanismos médicos. A mediados de 1910, cuando la peste neumónica azotó las provincias nororientales del imperio chino (una región conocida como Manchuria), las autoridades chinas rompieron con su larga oposición a la medicina occidental: nombraron a Wu Lien-teh (también conocido como Wu Liande), un joven y brillante doctor chino educado en Cambridge y originario de la Malasia británica, para que supervisara los esfuerzos para detener el brote. La peste estaba a punto de encontrar la horma de su zapato.

Poco después de llegar al campo, Wu afirmó que las ratas no estaban propagando esta plaga, como se había supuesto, sino que se transmitía por el aire. La declaración era una herejía, y terminó por ser correcta. Wu demostró su punto al adaptar mascarillas de cirujano de la época —hechas de un rollo de algodón revestido de gasa— para convertirlas en productos protectores fáciles de usar y les ordenó a los doctores, las enfermeras y el personal sanitario que las usara. También se aseguró de que los pacientes y sus contactos inmediatos usaran las mascarillas, y distribuyó algunas entre el público general.

Los colegas japoneses y europeos de Wu que estaban en el lugar fueron escépticos hasta la muerte de un eminente doctor francés que no se cubrió ni siquiera al atender a pacientes. Las mascarillas de gasa pronto se adoptaron, ampliamente. Algunos de sus portadores primero los estampaban con el sello de un templo: más que unos simples productos sanitarios, las mascarillas se convirtieron en talismanes.


La peste, la cual causaba neumonía, cobró la vida de todos los infectados, a veces en las 24 horas posteriores al inicio de los síntomas. Para cuando se apaciguó la epidemia en abril de 1911, habían muerto cerca de 60.000 personas, pero se creyó que las mascarillas de Wu habían evitado un desastre incluso mayor.

Las mascarillas no solo fueron un efectivo producto de prevención: también fueron una excelente herramienta de relaciones públicas para proclamar el lugar de China como una nación moderna y científica. Además, Wu sabía eso. Se aseguró de fotografiar de forma meticulosa sus operaciones antipeste, y esto convirtió su mascarilla en un emblema de la innovación de China frente a la medicina occidental.

Las fotos fueron una sensación internacional: entre enero y marzo de 1911, los periódicos de todo el mundo presentaron muchas tomas de la mascarilla de Wu, un producto sanitario mucho más parecido a la versión de papel blanco que conocemos en la actualidad. La mascarilla, barata, fácil de fabricar, de usar y, en buena medida, eficaz, fue un triunfo. Cuando la influenza española atacó en 1918, las mascarillas se adoptaron sin reparos.

En Occidente, el uso de las mascarillas no duró mucho más allá de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en China, las mascarillas siguieron siendo prueba de la modernidad médica y se continuaron usando para las crisis de salud pública. Se utilizaron durante la Guerra de Corea después de que Mao Zedong aseguró que Estados Unidos había bombardeado con armas biológicas al país que se acababa de volver comunista. Desde fines del siglo XX, tanto en la China pos-Mao como en la colonia posbritánica de Hong Kong, se han usado las mascarillas en contra de la contaminación del aire.

En China y otras partes del este de Asia, la epidemia del SRAS de 2002-2003 provocó el uso masivo de las mascarillas a manera de protección personal antiviral: más del 90 por ciento de los habitantes de Hong Kong, según algunos registros, las usó durante la epidemia del SRAS. De nueva cuenta, al igual que en 1911 —pero a una escala del siglo XXI—, las fotografías de multitudes ataviadas con mascarillas se convirtieron en iconos del SRAS en todo el mundo.

En Occidente, la imagen de personas de Asia con mascarillas a veces se utiliza, de forma deliberada o no, para ejemplificar la otredad. Sin embargo, en el este de Asia, el acto de usar una mascarilla es un gesto que comunica solidaridad durante una epidemia: un momento en el que una comunidad es vulnerable a quedar dividida, entre los sanos y los enfermos, a causa del miedo.

Varios estudios sobre la epidemia del SRAS demostraron que el uso de las mascarillas creaba intimidad y confianza frente al peligro. Las palabras del sociólogo Peter Baehr acerca del SRAS también son relevantes hoy en día: “la cultura de la mascarilla” alberga un sentido de destino compartido, obligación mutua y deber cívico. Une a las personas que enfrentan una amenaza común y sirve para mitigar uno de los peligros indirectos de una epidemia: la anomia, o la carencia de normas sociales. El humor relacionado con las mascarillas, que fue habitual durante el brote del SRAS, está de regreso en las redes sociales de China. El uso de mascarillas es un ritual social.

Comprender las epidemias no solo como sucesos biológicos, sino también como procesos sociales es clave para una contención exitosa. Los miembros de una comunidad usan mascarillas no solo para protegerse de la enfermedad. También las usan para demostrar que quieren estar, y sobrellevar, juntos el flagelo del contagio.

Fuente: Nytimes.com/es ( 17/2/20) Pixabay.com

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