El español que inventó el filtro de los cigarros por un empleo vitalicio

2013063039primeros_filtros_tabacoLa historia de la invención del filtro de los cigarrillos es, sobre todo, una historia de amor. En 1957, Ramón Galindo (Barcelona, 1940) era un joven de diecisiete años en busca de novia y de trabajo. No sabía que estaba a punto de encontrar ambas cosas al mismo tiempo, dentro de un estanco. El muchacho frecuentaba Casa Gimeno no sólo porque el legendario establecimiento de Las Ramblas vendía el mejor género de la ciudad, sino también porque allí trabajaba la chica que le gustaba.
Aquel cortejo se convirtió en el primer vínculo de Galindo con el mundo del tabaco. Era el tiempo en que las marcas empezaban a vender cigarros liados, ideados para insertar en las clásicas boquillas de distintos tamaños. ¿Por qué no adaptar directamente los cigarros a los filtros? Esa pregunta, formulada en la mente de aquel joven anónimo, dio origen a un prototipo que cambiaría para siempre la industria del tabaco. Aquel invento sólo fue el primero de una larga serie que han llevado a Galindo a ganar multitud de prestigiosos premios alrededor del mundo. Por el último, un ajedrez tridimensional para cuatro jugadores, recibió la felicitación personal del maestro Anatoli Kárpov.
Sin embargo, no ha vivido de sus inventos. Más allá de los galardones y las cartas de agradecimiento que de vez en cuando le llegan, por ejemplo de Zapatero o los Reyes, le basta con la satisfacción íntima del arte por el arte. «Mi trabajo es ir haciendo, sin hacer ruido. Tendría que haber vivido de ellos, pero es muy difícil. He trabajado como cualquiera, cotizando durante 43 años. Me jubilé a los 67; soy técnico, me saqué la formación profesional de mecánico, y cuando terminé hice electrónica y electricidad, y después robótica», cuenta a Teknautas el prolífico inventor, que con quince años ya ideó un sistema que mejoraba la empuñadura de las palas de ping-pong, que su padre vendía en un almacén.
«Desde ese momento continué con mi vocación de inventor, fuera el ramo que fuera. Siempre se me ocurren de repente, con asociaciones de ideas. Escuchas un comentario, lo relacionas con otras cosas que has oído y piensas: ‘hombre, tengo la solución a este problema'». Así ocurrió con los cigarros.

Empleo vitalicio para toda su familia

«En los 50, nuestros abuelos, igual que hoy en día, se hacían los cigarrillos en la mano, pero empezaron a salir las primeras marcas con cigarros envueltos, como Ideales, 46, Rex, Peninsulares, Ganador, Carabela, Rumbo, Bubí, Tritón o Timonel. Los filtros que existían eran unas boquillas de varias medidas en las que se insertaba el cigarrillo, así que empecé a darle vueltas para crear los primeros prototipos adaptables», recuerda.
Galindo presentó en 1959 los primeros prototipos a Casa Gimeno, Tabacalera Española y Tabacos de Filipinas, compañía que más tarde vendería la idea a Philip Morris. Millones de personas usan cada día la aplicación del catalán, y cualquiera podría pensar que un invento tan universal podría retirar a cualquiera para siempre, pero en el caso de Galindo la historia es diferente. No registró ninguna patente ni firmó nada por escrito. A sus dieciocho años, sólo pidió un empleo vitalicio para él y su familia en el estanco de Las Ramblas.
«Fue Tabacos de Filipinas quien le pasó las muestras a Philip Morris, con la condición de que yo tuviese un puesto de trabajo para toda la vida en el estanco. Yo trabajé allí diez años, pero mi esposa ha estado durante 50 años, y también han trabajado allí mis hermanos, una prima y actualmente un hijo mío», señala.
«No lo firmamos por escrito, fue de palabra, como se hacían las cosas antiguamente. No le pude sacar más partido. He visto a lo largo de los años que las patentes no siempre funcionan. Un inventor no se puede dirigir con un invento a una empresa con muchos humos y exigencias. Si logras quedar con una empresa ya tienes mucha suerte. Surgen miles de patentes al año, y las que llegan al mercado son pocas», continúa el inventor.

Reconocimiento internacional

Sabe de lo que habla porque durante más de 50 años ha inventado y patentado decenas de ingenios. Sólo algunos han llegado al mercado. Por ejemplo, el equipo de alta fidelidad modular Hi Fi, que Philips incorporó en su línea de productos, como ocurriría después con la cinta de audio sin fin en formato cassette. También se comercializó su sistema Tiroson de técnicas de refuerzo pedagógico durante el sueño, un invento con el que obtuvo en 1979 su primera medalla de oro en el Salón de Inventores de Ginebra, un galardón que volvería a ganar el año siguiente por una máquina para la colocación masiva de bisagras, que llegó al mercado a través de Talleres Casals y Bosch.

Y otra vez en 1981, por tercer año consecutivo, gracias a un equipo pedagógico interactivo para la realización de dibujos animados. En esa misma edición también obtuvo una medalla de plata por un equipo de luces automáticas para los coches; y en 1990 y 2007 volvería a ser merecedor de sendas medallas de oro por la creación de un equipo pedagógico interactivo para la educación de los sentidos y sobre todo por el primer ajedrez tridimensional para cuatro jugadores, un invento que desde entonces no ha dejado de cosechar éxitos, entre ellos el reconocimiento a la innovación por parte del Massachusetts Institute of Tecnology (MIT) en 2010.
En realidad, el curriculum de Ramón Galindo es inabarcable: está sembrado de premios en todos los rincones del mundo. No obstante, su Modular Star Chess merece una mención aparte por sus implicaciones universales, en la misma línea que los filtros de los cigarros. Él mismo lo explica.
«Hace 3.500 años, en la India, había un ajedrez original, el Chaturanga, para cuatro personas. Pero tenían un problema en el centro del campo, porque cuando llegaban ahí no se podían mover. Había un cuadrado en el centro, y decidieron que fuese una especie de lago. Entonces, las piezas daban la vuelta y así podían jugar. Después, el ajedrez llegó a los turcos y luego a los árabes, que unieron los ejércitos y partieron el tablero por la mitad. Ése es el ajedrez que conocemos actualmente, pero se quedó sin resolver la solución matemática para el ajedrez de cuatro jugadores», explica Galindo.
«Ahora, por primera vez en la historia, un ajedrez para cuatro jugadores cumple con todas las leyes reguladas por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) y se puede jugar una partida de dobles, y también a las damas. Hace unos años, Kárpov vino a Barcelona a presentar un libro y me felicitó personalmente. Hemos resuelto un problema matemático milenario», agrega.

Si yo fuera alemán

Sobre el sistema de patentes, Galindo piensa que «cuestan mucho dinero». «Si la tienes nacional cuesta mantenerlas, y si es mundial mucho más. Lo tienes que hacer cada año; si no lo fabricas es ruinoso, y si la abandonas pasa a ser de dominio público. Algunas patentes me dieron un rendimiento pequeño durante algunos años, pero muchas las he perdido y otros inventos no los he patentado», lamenta.
«Yo soy inventor, no soy industrial. El siguiente paso lo tienen que hacer las empresas con una gran capacidad de distribución. En el caso del ajedrez, si yo fuese alemán, y este invento es reconocido -como lo ha sido- por prestigiosos jurados internacionales, inmediatamente este inventor alemán recibiría soporte del gobierno para defender su patente y obtener financiación. Aquí te tienes que defender tú, y si dependes de un sueldo mileurista es imposible si no tienes la suerte de encontrar una empresa. Mil millones de personas juegan al ajedrez en el mundo, y si la patente la tenemos en nuestro país, el paso comercial está en nuestras manos. ¿Qué hacen los estamentos cuando algo así puede generar puestos de trabajo, suministrando a los cinco continentes?», explica el inventor.
Pero Galindo no se queja. Desde los quince años, su vida ha girado alrededor de los inventos; por ellos lo ha dado casi todo, pero sus creaciones le han devuelto su esfuerzo con creces, de una forma diferente al dinero, más anónima, pero aún más valiosa. Millones de personas fuman pitillos cada día sin saber que un chico de diecisiete años entró un día cualquiera en un estanco de Barcelona para conocer a la mujer de su vida y se le ocurrió inventar los filtros.
La chica de Casa Gimeno se llamaba Elisa Giró Geli. Ramón Galindo se casó con ella y tuvieron dos hijos. Hoy, el feliz matrimonio sigue viviendo en la Ciudad Condal, en una casa que se ha convertido en una factoría anónima de ideas en la que también participan sus descendientes -Jordi y Carles- y que nunca descansa. «Hay un próximo invento, pero aún no lo puedo contar».
Fuente: Elconfidencial.com (1/7/13)
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