El Monopoly no siempre fue una oda al capitalismo: esta es su historia

Quien disfrute del que es uno de los juegos de mesa más populares de nuestra era, el mítico Monopoly, sabe que el objetivo principal consiste en adquirir el mayor número posible de bienes raíces hasta el punto de crear un gran monopolio y poseer todas las propiedades e inmuebles que hay en el juego. El mensaje del juego es bien claro: rentabiliza, hazte rico, todo el mundo quiere ser millonario, ¿a quién no le gustaría poseer una ciudad entera y eliminar a la competencia que pueda surgir en el camino?

El juego, que representa a la perfección el ansia capitalista de adquirir propiedades de las que luego extraer beneficio, al principio no estaba definido por este propósito. Su creadora, Elizabeth Magie, nunca quiso que se entendiera como una alabanza a las bondades de este sistema en el cual vivimos y que no deja de mostrar sus deficiencias a la hora de conseguir la justicia e igualdad social soñadas que libraría a ese gran tanto por ciento de la población mundial de la explotación y la pobreza; al contrario, la primera versión del juego, llamada ‘The Landlords’s Game’ («El Juego del Terrateniente»), era demostrar justo lo opuesto.

El récord de la partida más larga de Monopoly está en 1.680 horas, es decir, un total de 70 días

Magie pensaba que la mecánica del juego que acababa de inventar animaría a que los diversos jugadores se alzaran contra el que tenía mejores capacidades de negociar y de rentabilizar las propiedades adquiridas, no por resentimiento, sino por la naturaleza injusta de los monopolios: cuando aparecen, los capitales fluyen hacia una sola dirección que provoca que un solo jugador amase una gran fortuna en detrimento del resto, quienes ya no solo verán cada vez más limitadas sus capacidades de jugar un papel activo en la partida, sino que su pobreza figurada aumentará más y más, en un círculo vicioso de pérdidas y endeudamiento que dilatará el juego hasta la extenuación. De ahí que las partidas de Monopoly sean tan largas; de hecho, la más larga de la historia llegó a prolongarse hasta las 1.680 horas, lo que vienen a ser un total de 70 días seguidos.

La inspiración para dar a luz a este invento presente en las sobremesas y veladas de tanta gente en el mundo le vino a raíz de un libro titulado ‘Progreso y Miseria‘ del economista estadounidense Henry George, el cual venía a advertir de los peligros del capitalismo que bien podrían resumirse en que cuanto más aumenta la riqueza de unos pocos, más crece la pobreza en el resto de la población. Al parecer, y según un reciente artículo publicado en ‘Alternet‘ en el que se recupera la biografía de Magie y la historia del juego de mesa, el libro se lo regaló su padre, un político contra el monopolio llamado James.

En el libro, George comprendió que esta tendencia a acumular riqueza comprando activos inmobiliarios para cobrar rentas atentaba contra los principios éticos y morales básicos de la convivencia humana. Según él, tanto como tenemos un derecho universal a respirar un mismo aire también lo tenemos a ocupar una misma tierra, estableciendo la crítica de que los monopolios inmobiliarios convierten una necesidad tan básica como habitar un lugar en un privilegio o una fuente de extracción de beneficios.

Un Monopoly justo

¿Cuál es la alternativa que ofreció George para que el monopolio no prosperase y, trasladándolo al juego, que las partidas no terminasen por la dejadez de los jugadores ante la nula capacidad de resultar competitivos y disputarse de manera más justa las propiedades? Evidentemente, el ideal que actualmente suelen perseguir las teorías socialdemócratas y los partidos más situados hacia la izquierda de los arcos parlamentarios: que las clases más altas de la sociedad paguen muchos más impuestos que las bajas para así asegurar una cobertura social mínima por parte del Estado en caso de crisis económica.

El Monopoly original no consistía en hacerte rico, sino en repartir las ganancias entre todos

Para George, el equivalente a una nación próspera era aquella en la que existían unos servicios públicos de calidad, con buenas escuelas y hospitales, y no aquella en la que día a día existía más desigualdad a causa de la explotación de la tierra, y más concretamente y en relación con las reglas del Monopoly, una en la que la especulación inmobiliaria había llegado a tal punto que el mantenimiento del sistema se había vuelto insostenible, produciendo la famosa recesión.

Por ello, Magie patentó con ‘El Juego del Terrateniente’ una manera mucho más justa de jugar al Monopoly que acabó olvidándose. En ella, cada vez que un jugador adquiría una nueva propiedad, automáticamente debía dejar una parte de su montante en lo que llamó ‘Public Treasury‘ que se repartía a los demás jugadores, trasladando las ideas de George sobre impuestos que gravan el valor de la tierra, y el juego acababa cuando el jugador que había empezado con menor cantidad de dinero terminaba doblando sus ganancias. Es decir, en la versión original del Monopoly, el objetivo no consistía en hacerte con todas las calles e inmuebles de la ciudad, sino repartir las ganancias entre todos de tal forma que, de poco en poco, todo el mundo consiguiera doblar su capital inicial. Demasiado bonito (y algunos pensarán que utópico) para trasladarlo al mundo real, ¿no es así?

Un hombre llamado Charles Darrow

La autora dirigió el juego a los niños con el objetivo de educarles en creer que un sistema económico más justo y equitativo era posible, y también para que comprendieran que la excesiva acumulación de riqueza en unas pocas manos suponía ser uno de los grandes males y peligros de las sociedades del futuro. Sin embargo, su idea no llegó a buen puerto, ya que un hombre llamado Charles Darrow patentó una versión modificada de su invento en 1935 al que llamó Monopoly, el cual funcionaba tal y como lo conocemos ahora: para ganar, un jugador debía adquirir cuantas más propiedades mejor hasta que los contrarios acabasen arruinados.

La compañía de juegos de mesa Parker Brothers fue la responsable de que la modalidad injusta del juego prevaleciera sobre la más pedagógica. Cuando ‘El Juego del Terrateniente’ de Magie se extendió en los ambientes universitarios de izquierda como Wharton Schoold, Harvard o Columbia, ellos tomaron la decisión de comercializarlo en la perversa versión de Darrow, ya que (tal vez) desde cierta perspectiva utilitarista se les antojó como más emocionante que el juego consistiera en derribar a tus oponentes para acumular cuanta más riqueza mejor. De este modo, la historia del propio juego ratificó sus reglas definitivas: Darrow había hecho todo lo posible, billetera en mano, para robarle la idea a Magie y así hacerse rico. Ella, en cambio, nunca quiso hacerse millonaria gracias a su ocurrencia y por sus altruistas motivos nunca llegó a triunfar con su invento.

Magie no solo fue recordada por haber inventado el juego que educaría a las jóvenes generaciones en los peligros del capitalismo, sino también por su defensa de las minorías y de las mujeres. De hecho, tal y como recuerda ‘Alternet’, a sus 40 años publicó un anuncio publicitario en un periódico de la época en el que ponía: «joven esclava estadounidense se vende al mejor postor». El objetivo no era más que resaltar la desigualdad de género y el racismo imperante en aquella época oscura de Estados Unidos. «No somos máquinas», aseguró, «las niñas tienen mente, deseos, esperanzas y ambiciones».

Fuente: elconfidencial.com (15/8/21) pixabay.com

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