Tarragona, la ciudad que desprecia todo el potencial que le ofrece el mar

TarragonaA menudo Dios da pan a quien no tiene dientes. Es lo que sucede con Tarragona, incapaz de aprovechar el mar que la baña, pese a gozar de un clima también ideal. Basta caminar por la Rambla hasta el final, hasta el Balcó del Mediterrani, para comprobar con impotencia lo lejano que está ese mar que se ve pero al que tan complicado resulta acceder. Una vista en conjunto de todo el litoral que pertenece al término municipal da una imagen mucho más completa del escaso aprecio que Tarragona siente por un mar por el que muchas ciudades venderían su alma al diablo.

En efecto, un somero recorrido por la zona marítima supone adentrarse en un paseo por lo que podía ser y no es; por la desidia de contar con unos parajes y unos equipamientos tan idílicos como desaprovechados; por la dejadez y la inactividad, por otra parte tan propia de esta ciudad, en la que todos los proyectos mueren en el papel.

Dejando a un lado el Complex Educatiu, del que también habría mucho que decir, para centrarnos en la parte más urbana del litoral, nuestro paseo arranca en El Serrallo, uno de los puertos pesqueros más importantes de Catalunya en cuanto a capturas y facturación. Las obras de remodelación realizadas hace apenas un lustro han dado un aire moderno a esta zona, de lo que se benefician unos restaurantes que los fines de semana ven sus terrazas repletas de visitantes. Y podría ganar mucho más aún si se arreglara de una vez por todas el tema del aparcamiento. Pero pronto descubriremos que el barrio pesquero, lleno de vida, es, no obstante, un espejismo, una excepción en nuestro litoral.

Continuamos por el Moll de Costa y nos encontramos con un rincón tan maravilloso como vacío. Es la Marina Port Tarraco, donde la familia real catarí atraca de vez en cuando sus más que lujosos yates. Pero, más allá de ellos, prácticamente nadie disfruta de este lugar. Los propietarios anunciaron recientemente su intención de instalar allí un outlet de primeras marcas de ropa, una especie de La Roca Village, una noticia que fue bien acogida pero de la que no se ha vuelto a saber nada más.

El recorrido nos lleva hacia el puerto deportivo. Si elegimos el camino hacia la derecha, caeremos en el Paseo de la Escullera, una avenida paralela al mar que permite realizar diferentes actividades –caminar, correr, ir en bici o en patines…-, todas muy placenteras si no fuera por la montaña de carbón que en los días de viento ennegrece a todo el que pasa por allí. Si, por el contrario, seguimos el paseo hacia la izquierda, nos encontramos con el Port Esportiu, otrora sede del ocio nocturno y hoy un desierto en el que unos pocos restaurantes pelean por sobrevivir, luchando contra la soledad.

Y así llegamos a la playa del Miracle y a la fachada marítima propiamente dicha, que transcurre paralela a las vías del tren, ésas que tantas páginas de periódico han llenado –se soterrarán, se sacarán para lanzarlas por el interior, se reforzarán con un tercer carril…– y que, pese a todo, siguen allí, interpérritas, separando la ciudad del mar. El paseo por la orilla del mar resulta agradable, hasta que nos topamos con un mamotreto de hormigón que, si bien da sombra, rompe cualquier intento mínimamente estético.

Una pequeña subida nos lleva al Fortí de la Reina. Lo que fue el más emblemático restaurante de Tarragona es hoy un espacio vacío, pese a su privilegiada posición. Tampoco tiene uso otro fortín que se halla unos metros más arriba, el de Sant Jordi.

Y ya llegados a la playa de la Arrabassada, vislumbramos el tan traído y llevado –y abandonado– preventorio de La Savinosa, un paraje idílico sobre el que planean decenas de ideas, de proyectos que se han quedado en eso, en proyectos. Diputación, Ayuntamiento y Generalitat lidian en los cuarteles de la burocracia una batalla por su descatalogación, mientras el edificio es hoy una ruina y el entorno, una gran –otra– oportunidad perdida.

El paseo acaba en la Platja Llarga, no sin antes pasar por la Ciutat de Repós i Vacances, que en su día sirvió como plató para una película tan famosa como La gran familia. Hoy, sin embargo, se halla sin uso, abandonado al deterioro que sufren los inmuebles desocupados. Otra lástima.

Son algunas de las ‘heridas’ que presenta el litoral de Tarragona, una ciudad que se ufana de tener unas grandes potencialidades –las tiene– y que parece incapaz de explotarlas. Se trata, la de Tarragona y el mar, de una historia, más que de desamor o de odio, de frialdad, de apatía y de indolencia. Un desinterés que se hace, si cabe, más patente y grave cuando uno pasea por las fachadas marítimas de ciudades como SanSebastián, Santander, Gijón, La Coruña… o, sin ir tan lejos, Salou o Cambrils.

Dicen que ahora no hay dinero, que resulta complicado poner de acuerdo a distintas administraciones… pero dicen también que es en tiempos de crisis cuando hay que planificar. En este sentido, el Diari ha pedido a cinco representantes de la sociedad civil de Tarragona sus ideas para aprovechar el potencial del litoral de esta ciudad. Porque una ciudad abierta al mar es una ciudad abierta al mundo.

Fuente: Diaridetarragona.com (7/6/14)

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