
Rebecca Burke, una mochilera británica, cruzó de Estados Unidos a Canadá el 26 de febrero. Una vez al otro lado de la frontera, los canadienses le informaron de que su visado era incorrecto, ya que era de turista e iba a trabajar en la casa en la que iba a vivir. Le ordenaron regresar a Estados Unidos a cambiar el visado; Burke obedeció. Y la detuvieron durante 19 días, sin cargos, pese a que tenía dinero suficiente como para regresar a Reino Unido.
Su caso no es único. Todo lo contrario. Alemanes, franceses, canadienses y ciudadanos de otras nacionalidades, frecuentemente con sus papeles en regla o con infracciones burocráticas menores -y, en algunos casos, por razones desconocidas- han sido detenidos en Estados Unidos en condiciones propias de asesinos convictos, encadenados, en diferentes centros de detención -cárceles privadas en las que los presos están a menudo en jaulas comunales- desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
El resultado ha sido el desplome de las visitas a Estados Unidos. En total, el número de extranjeros que visita el país ha disminuido un 18,4% en comparación con el mismo periodo de 2024, según datos de las autoridades del país publicados por la web política de Washington, Axios. Pero si usted es de los que va esta Semana Santa o en los próximos meses a Estados Unidos, asegúrese, al menos de seguir estos pasos. Aunque no son ninguna garantía, al menos reducen las posibilidades de que le manden de regreso a España o que se tenga que pasar unos cuantos días -o semanas- durmiendo en el suelo de una jaula, tapado con una manta de papel aluminio térmico.
La desesperada -e involuntaria- aventura de Burke tiene el muy inquietante componente: es aleatoria. Le puede pasar a cualquiera. Desde que llegó Trump al poder por segunda vez, la dureza de las autoridades de inmigración estadounidenses se ha multiplicado hasta extremos inimaginables, incluso en un país donde, de entrada, las fuerzas de seguridad gozan de un margen de libertad inimaginable en Europa. Además, las zonas de tránsito en aduanas y aeropuertos tienen la consideración de facto de zonas donde el agente decide quién entra y quién sale. La escena de la película No es país para viejos, que le valió un Oscar a Javier Bardem, en la que un guardia fronterizo le explica a Llewelyn Moss (Josh Brolin) que «yo decido quién entra en Estados Unidos», no es otra bufonada de los hermanos Coen. Es la realidad.
Para reducir al máximo el riesgo de pasar por el trago de Burke, lo primero que hay que hacer es evitar su error. Eso significa tenerlo todo perfectamente aquilatado al salir del país de origen. Si usted va a tomar clases durante tres semanas en Estados Unidos, entérese de si necesita un visado de estudiante. Y si necesita un visado de estudiante, sepa si debe tener un seguro médico. Puede ser uno de viaje; no hay necesidad de ser atracado por los proveedores de sanidad estadounidenses, al lado de los cuales Billy el Niño parecía la Madre Teresa de Calcuta. Bajo ningún concepto intente colarse con un visado turista para trabajar en el país. Si le pillan, no será agradable.
Incluso si la detención es breve y por alguna infracción -real o imaginaria- menor, la experiencia no será agradable. Lo primero que se hace en Estados Unidos al detener a alguien es esposarlo y quitarle el cinturón y los cordones de los zapatos; no sea que vaya a suicidarse con ellos. El ICE -el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas- es cualquier cosa menos amable, y tiene fama de ser una organización muy ideologizada y cercana al ala más ultranacionalista del trumpismo.
En Estados Unidos, además, en los puntos de entrada en el país -por tierra, mar y aire- no se aplica la Cuarta Enmienda de la Constitución, que prohíbe detenciones sin orden judicial, así como cacheos y exámenes de artículos privados sin una razón objetiva suficiente. Si entra en coche -algo de todo punto no recomendable en el contexto actual, especialmente si lo hace desde México- tenga en cuenta que dicha enmienda no entra en pleno vigor hasta que ha penetrado 160 kilómetros (cien millas) en territorio estadounidense.
Así que infórmese bien sobre su visado, aunque no sea fácil. Hoy en día, los visados tienden a hacerse de manera electrónica, y toda la información está en páginas web que a menudo parecen diseñadas por sádicos que no quieren que nadie se entere de qué hay que hacer para viajar a sus países. Siempre es mejor consultar más de una fuente. Y tenga claro que da exactamente igual el tipo de visado que usted tenga, pueden denegarle la entrada al país o inspeccionar todos sus objetos personales, incluso si tiene la Green Card, el famoso permiso de residencia y trabajo.
Y recuerde el caso de Burke: si va a viajar de Estados Unidos a otro país, tenga igualmente «amarrado» el visado, condiciones de estancia, etc., de ese otro viaje. Los canadienses enviaron a la trotamundos inglesa de vuelta a Estados Unidos a realizar un mero trámite burocrático, no para que la encadenaran por las muñecas, la cintura y los tobillos como si fuera Hannibal Lecter presto a devorar a alguien.
Un aspecto crítico es el pasaporte. Debe indicar «Hombre» o «Mujer». Desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, Estados Unidos sólo reconoce dos géneros. Cualquier desviación puede justiciar la devolución de la persona a su país de origen. El pasaporte español sólo recoge el género en el momento del nacimiento, con lo que ese potencial peligro no existe. Pero Dinamarca y Finlandia han advertido a sus ciudadanos que, si van a Estados Unidos, que se aseguren de que el pasaporte refleje un sexo binario.
Luego están las formas. Las fuerzas de seguridad estadounidenses tienen, como ya se ha mencionado antes, un gigantesco margen de acción. Por eso, hay que tratarlas con un respeto absoluto. Lo de que en Estados Unidos si lo para la Policía de tráfico usted tiene que dejar el coche en la cuneta y poner las manos en el salpicadero para dejar claro que no lleva una pistola y que no hace falta que el agente lo dispare primero y le pregunte después no es ninguna leyenda urbana. Así que sea respetuoso. Piense en su abuelo o bisabuelo, que tuvo que bregar con la Guardia Civil de los años 30 y 40.
Tenga memorizado o escrito en un papel el nombre del hotel o la dirección de residencia privada donde se va a hospedar. Sepa a qué ciudades va a viajar, qué tiendas quiere visitar, qué museos o musicales de Broadway planea disfrutar. Si termina sus frases con un muy respetuoso «sir» o, mejor aún, «officer«, puede desarmar al guardia. Como dijo Trump en 2025 sobre los mexicanos: «Son violadores, asesinos, traficantes de drogas. Y, alguno, supongo, buena gente». A ver si usted logra entrar en ese último grupo.
Trate de llegar a Estados Unidos en un vuelo que haya salido de Europa, mejor que de América Latina, África o Asia. Y entre en avión, no en coche. La razón es que, por muy blancos que nos veamos los españoles, nuestro color de piel y de pelo nos sitúa, al otro lado del Atlántico, en una de estas categorías: latino, árabe, y mixto tirando a negro. Elija usted su veneno. Ninguna de esas tres razas tiene buena prensa. Más bien son vistas como, respectivamente, narcos, terroristas, o drogadictos asesinos. Allí, ser «blanco» es dificilísimo. Durante más de medio siglo, la Justicia estadounidense mantuvo la discriminación racial como una práctica legal basándose en teorías como la «gota de sangre» del siglo XIX, según la cual siempre que una persona tuviera «una gota de sangre negra» en su cuerpo era de esa raza. La mezcolanza racial española hace difícil cumplir tan serio criterio científico. Las cosas son lo suficientemente tensas en Washington como para que haya embajadores que salen a correr por la mañana con el pasaporte en el chándal.
Una táctica útil es tener un contacto en Estados Unidos, preferiblemente una persona de ese país o que lleve residiendo en él durante años, que sepa cómo actuar en caso de problemas aduaneros. Lo mejor es llamarlo desde el avión, cuando aterrice, en ese momento en que todo el mundo ignora olímpicamente las peticiones de la tripulación de no usar el móvil. Avísele de que ha llegado y que va a pasar el control de aduanas. No espere hacerlo desde la cola de la aduana, porque ahí está estrictamente prohibido. Luego, cuando ya haya pasado los controles, vuelve a llamar a su contacto para decirle que ya está en el país.
Esa estrategia requiere un paso más. Después de hacer la primera llamada, apague el móvil. Es mejor tener todos los dispositivos apagados. Y lo óptimo es que éstos tengan la batería agotada. Aunque, como explica un experto en seguridad online a EL MUNDO acerca de las medidas para evitar sustos aduaneros en Estados Unidos, la única solución a prueba de Trump es «no llevar móvil».
Las autoridades estadounidenses tienen derecho a examinar todos los dispositivos electrónicos de los no estadounidenses. La negativa a entregarlos es castigada con la devolución al país de origen e incluso con la prohibición de entrada en el país por cinco años. Pero ahora parecen estar produciéndose detenciones por esa razón. Eso es totalmente ilegal. Pero, aunque su familia o allegados logren demostrar su inocencia, es de prever que a usted no le va a hacer gracia la experiencia de pasar dos o tres semanas -o dos o tres meses- en centros de detención para inmigrantes -una manera eufemística de decir «cárceles»-, viviendo literalmente en jaulas con otros internos, con uniforme de presidiario, comiendo en platos de plástico sin cubiertos y siendo transportado de prisión a prisión con más cadenas que un prisionero de guerra en el Imperio Romano, frecuentemente en trayectos de autobús que duran horas a través de diferentes estados.
Todo ello sin saber por qué le han detenido, ni cuándo va a ser puesto en libertad -si es que va a serlo- o deportado, o si va a acabar en la cárcel porque su nombre es igual que el de un narco. Todo eso suena exagerado. Pero ha pasado. Así que no sea tímido y deje que el ICE constate que usted es adicto a OnlyFans.
Si los dispositivos están con la batería agotada, aunque tengan identificación facial, es necesario un código para encenderlos. Como extranjero, usted puede negarse a dar el código, o decir que se le he olvidado, en la esperanza de que los agentes, que son bastante imprevisibles y muy poco profesionales, se cansen y le dejen pasar. Claro que por esa misma razón corre el riesgo de que el peligro sea peor que la enfermedad y la tomen con usted. En todo caso, no lo olvide: si quieren, le van a mirar hasta la epiglotis del móvil. Los emails, por ejemplo, son personales. Pero, en un sitio donde no se aplica la Cuarta Enmienda, que limita los registros de bienes personales, ¿qué importan esos detalles?
Ahora bien: imaginemos que todo eso ha fallado y que el agente del ICE está examinando su ordenador, su teléfono y su tableta. En previsión de ello, usted puede haber hecho tres cosas. La más segura y cara: comprarse nuevos todos esos aparatos, de modo que no tengan ningún equipo más allá del software usual. Otra: tener un software de menos de seis meses, puesto que el ICE no destaca por su actualización tecnológica.
La tercera: eliminar todas las aplicaciones de mensajería, redes sociales y hasta el correo electrónico. Desconecte la nube. Salvo que usted sea un verdadero peligro nacional, y que los agentes tengan información extraída de internet sobre su persona suficiente como para imputarle, es casi imposible que se pongan a buscar eso. La peor parte le toca a usted, para restaurar todas esas apps en cuanto salga del aeropuerto. El uso de la opción Private Space de Android y la de privacidad para las aplicaciones de iOS no son recomendables si usted es extranjero.
Fuente: elmundo.es (10/4/25) pixabay.com