
Los años 2022 y 2023 asestaron un duro golpe al vino español. Ni la guerra en Europa ni la crisis inflacionista: la sequía fue (y sigue siendo, pese a la amenaza arancelaria de Donald Trump) la pesadilla del sector y aún duran los estragos. Independientemente de que sea un fenómeno climatológico coyuntural (distintos expertos recuerdan que las épocas de sequía son cíclicas), sus consecuencias empiezan a ser crónicas en la zona del arco mediterráneo. A esto se le suman otras sacudidas del clima, como las danas o fuertes episodios de granizo, que también dañan las cosechas. Los últimos estudios sobre la materia apuntan a que estas inclemencias meteorológicas serán habituales los próximos años. Temperaturas más altas, precipitaciones más extremas y sequías más intensas forman el tridente que le quita el sueño a la industria vitivinícola.
Así lo refleja el último informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) que estima que 2024, pese a ser el año más cálido de la historia, se vea superado (con una probabilidad del 80%) entre los años 2025 y 2029. Y frente a un clima cada vez más cambiante y extremo, el sector vitivinícola se prepara para un impacto importante. Según el Observatorio Internacional de la Viña y el Vino (OIV), el año 2024 dejó una producción de 226 millones de hectolitros, «la más baja en más de 60 años, con una caída del 5 % en comparación con 2023. Esto se debe en gran medida a fenómenos meteorológicos extremos e impredecibles en ambos hemisferios, causados por el cambio climático».
El cambio climático tiene un efecto directo en la vid, el origen de la bebida. Desde hace, aproximadamente una década en la Federación Nacional del Vino (FEV) notan su efecto en las cosechas, con la maduración desigual de la uva por la falta de agua, las altas temperaturas y las lluvias irregulares. Ello modifica la evolución de los azúcares que luego se transforman en el alcohol, y que en paralelo forman otros compuestos (que afectan al aroma o el color).
«Tenemos una uva con poca calidad para el vino que esperamos. Y además, una gradación alcohólica en aumento, justamente en contra de lo que el mercado y el consumidor nos demanda, que son vinos con menor gradación alcohólica y mayor frescura», explica Trinidad Márquez, directora técnica de la FEV. No cumplir con las expectativas del consumidor es otra forma de ver caer la rentabilidad de las bodegas, que con una materia prima (uva) cada vez más delicada y escasa, ven crecer los costes de producción. Todo ello deriva en el aumento del precio de las botellas.
Esta situación es familiar para una de las firmas más representativas del cava español: en los últimos años Freixenet ha recurrido a una reestructuración del modelo de la empresa (y su plantilla) ante la caída de la productividad, de la que responsabilizan directamente al cambio climático. Tras meses en silencio, la firma catalana explica que el cambio climático, para una industria como la del cava con largos ciclos de producción, ya no se trata de un problema puntual, sino de «un cambio estructural profundo, que afecta a toda la cadena de valor». La empresa declina ahondar en detalles de su protocolo, aunque ya en 2024 tuvo que adaptar su catálogo de productos debido a la falta de uva en la DO Cava. «Desde 2022, las cosechas de uva de cava han disminuido un 45% en la zona del Penedès», aseguran. En su caso, lamentan que el marco regulatorio al que pertenecen limite su actuación.
Los datos de la mencionada DO para el año 2024 reflejan una caída del 13,39% de sus ventas (en total alcanzaron las 218 millones de botellas de cava) respecto al año anterior. Desde Cava achacan esta pérdida de ventas a una menor «capacidad productiva y de oferta» fruto de las últimas sequías.

Márquez añade, a la pérdida de la productividad, la proliferación de enfermedades de la planta. El cambio climático también afecta a los ciclos de vida de los hongos, virus y plagas que atacan a la vid. Todo esto agrava la situación en las cosechas, porque la planta que sobrevive al calor, puede luego enfrentarse a la enfermedad.
Un problema para todas las variedades y bodegas
En resumen, y como puntualiza Márquez, hay «un efecto muy importante a nivel de viñedo, de rentabilidad del negocio, de la competitividad y de la propia supervivencia», que en función del tamaño de empresa puede ser considerable. Y además, generalizado. Las proyecciones climáticas para los próximos 50 y 100 años vaticinan una «disminución significativa» de los años climáticamente óptimos para el cultivo de la vid, y especialmente incisiva en las regiones de Castilla-La Mancha, Extremadura, Andalucía, la costa mediterránea y el Valle del Ebro.
«Cualquier vino que esté sujeto a estas inclemencias del cambio climático está sufriendo», explica Joaquim Tosas, presidente de Asociación de Elaboradores de Cava (Aecava), quien extiende el golpe climático desde los vinos más tranquilos (como el tinto) hasta los espumosos (como el cava). Por ejemplo, la subida de las temperaturas medias en territorios como El Penedés (Cataluña) ha provocado que las vendimias se hayan adelantado en unos 30 o 40 días respecto a los plazos que se manejaban hace tres décadas. En línea con el argumento de Márquez sobre la pérdida de materia prima y productividad, el presidente de Aecava resume: «No tenemos la capacidad de producir suficiente en comparación a las ventas de hace unos años».
En el Valle del Penedés se encuentra Juvé&Camps. Su producción se distribuye a tres alturas distintas (450, 420 y hasta 650 metros sobre el nivel del mar), lo que les permite observar uno de los principales efectos del cambio climático: «Antes podías tener unos tres años de sequía cada diez años, ahora estamos tenemos tres años de sequía y tres años buenos«, explican a EL MUNDO. En su protocolo de actuación cuentan con tres estrategias: la primera, con un margen de entre veinte y treinta años, será plantar cada vez a mayor altitud y siempre dentro del Penedés (pues pertenecen a esta DO). La segunda será introducir en sus cultivos variedades autóctonas como el mucharelo, la garnacha, el macabeo, o la parellada. Y el tercer paso, aumentar ladistancia entre una cepa y otra para que, en caso de sequía, haya más posibilidades de supervivencia. Aunque la empresa no puede cuantificar económicamente el gasto de estas técnicas, sí pueden aclarar que el coste de plantar una hectárea de viñedo ronda los 16.000 euros, aunque su plan es basa en una regeneración progresiva.
Las valoraciones de los expertos demuestran que los peores presagios del sector se están cumpliendo. Ya en 2020, la consultora McKinsey & Company puso el foco en los problemas que el cambio climático iba a acarrear a los productores de vino mediterráneos, al afirmar que el ascenso de temperaturas en la región iba a propiciar que ciertas variedades de uva ya no crecieran más donde lo habían hecho toda la vida. Los peores pronósticos, según la consultora, apuntaban que la superficie mediterránea apta para la viticultura podría llegar a reducirse en un 70%. «Ciertas zonas de cultivo en Italia, Portugal y España podrían experimentar grandes descensos en su produccióno incluso colapsar«, advirtió McKinsey en su informe sobre el cambio climático.
Una adaptación de 3.700 millones de euros
Se prevé que las regiones productoras de España, por su situación geográfica, sean de las más afectadas por el cambio climático. A la fuerza, el sector busca nuevas herramientas para adaptarse a las nuevas condiciones de la forma más eficiente posible. «Es lo que están haciendo las bodegas», incide Márquez.
La FEV, que representa a más de 950 bodegas de toda España, fijó en Plan para la adaptación al cambio climático para el periodo 2024-2029 una hoja de ruta persigue con doble objetivo: potenciar medidas específicas y lograr apoyo financiero para costear la ingente inversión directa en tecnología, mecanismos de mitigación o proyectos de I+D+i con centros de investigación para buscar soluciones novedosas a este desafío.
Aunque no todo está por venir: las bodegas españolas ya se han puesto en marcha. En el corto plazo, urge proteger las vides de los rayos solares cuando, más que alimentar a la planta, la queman. Mallas de sombreo o podas específicas son algunas de las soluciones más simples y efectivas. Otras veces queda recurrir a la química, como cuando la uva madura de forma descompensada y toca utilizar tratamientos para controlar y equilibrar el PH del fruto.
Queda trabajo por delante. No existe una única receta de adaptación, porque las condiciones no son iguales en todas las regiones. Mientras que Castilla-La Mancha y Andalucía sufren aumentos históricos de temperaturas, el principal problema en Galicia es la proliferación de enfermedades. Y hay una dificultad añadida en la línea geográfica: las leyes del sector y normativas (como la Denominación de Origen, DO) se han convertido en una barrera para tomar decisiones para aliviar el golpe climático. «Son cosas que también tenemos que analizar desde el punto de vista de la FEV para ver cómo se puede flexibilizar, porque probablemente el escenario de los próximos años lo va a requerir», reflexiona Márquez.
Las bodegas, en los últimos años, han avanzado poco a poco sus protocolos de actuación. Desde la FEV matizan que la industria del vino tiene aproximadamente 4.000 empresas censadas, muchas de ellas pequeñas familiares sin músculo financiero para ejecutar esas inversiones. Por ello, uno de los objetivos que se ha marcado la federación es lograr líneas de financiación específicas que estiman en más de 3.700 millones de euros. Con ese importe, calculan, se podría proteger para los próximos años alrededor del 34% de la superficie del viñedo actual, las 326.000 hectáreas en las zonas más vulnerables.
La lucha contra el cambio climático desde los viñedos también se cuela entre universidades e instituciones. Es el caso del Instituto Catalán de la Viña y el Vino (Incavi), cuyo Plan de Investigación 2030 contempla 19 proyectos «‘transformadores» con un coste de siete millones de euros y objetivos como recuperar veinte tipos de uva antes de 2030 o desarrollar herramientas microbiológicas como las levaduras.
En la Denominación de Origen Calificada (DOCa) Rioja ya recurren a la IA y a la recogida de datos. Aprovechando la gran diversidad de clima del territorio riojano, con su herramienta Data Doc y más de 30 estaciones meteorológicas de 170 viñedos, se han lanzado a monitorizar la relación entre el clima y la producción del vino de la uva tempranillo (el 80% de su producción total). Con ello esperan crear un modelo que anticipe la evolución de las cosechas. Socios como el Instituto de Ciencias de la Vid y el Vino y CESIC apoyan este proyecto que, además, ha logrado el respaldo económico de fondos europeos, estatales y autonómicos. En total, esta inversión alcanza los 275.000 euros.
Vuelta a los orígenes: otra uva, otra tierra
Apostar por uvas históricas de la región es una medida que cobra popularidad. Es el caso, explica Tosas (Aecava) del cambio de la Chardonnay (uva típica de regiones frescas y húmedas en Francia) por la Charelo (otra uva blanca y propia del territorio). En contrapartida, hay otras técnicas más modernas, como el desarrollo de sistemas de riego de soporte (más propio de viñeros que de frutales) o la fotografía satelital térmica (para medir el estrés hídrico de las plantas y el suelo). En el uso de estas últimas se encuentra la firma Codorníu. «El año pasado, debido a esa sequía persistente, sufrimos reducciones del rendimiento en algunas fincas de hasta un 30%. Económicamente, esto ha supuesto un reto importante», reconocen a este medio, si bien esperan que la situación se corrija en la próxima vendimia con una cosecha un 35% superior a la de 2024. Dentro de su programa de adaptación, ya en marcha, plantean aumentar la presencia de sistemas de riego por goteo; el uso de sensores de humedad y herramientas de agricultura de precisión, como el riego enterrado; prácticas de cultivo como la selección de portainjertos; y un programa I+D centrado en la mejora genética de plantas para su resistencia al estrés hídrico.
En la vuelta a los orígenes, también se encuentra la tierra. Desde la Federación Española de Enología, Antonio J. Moral señala cómo el sur de Inglaterra comienza a ser objeto de deseo de los grupos inversores, que compran terreno para la producción de vinos espumosos. Una tendencia a la que se han sumado bodegas de la región francesa de Champagne, aprovechando las condiciones climatológicas que aún se dan en el suelo británico y que se remonta hasta hace varios siglos, cuando en la época romana las temperaturas permitían producir vinos en Gales.
En el caso español, los primeros experimentos plantean la viticultura en zonas donde antes no se cultivaba el vino, además de los Pirineos. Para las empresas, los obstáculos vuelven a ser la fuerte regulación del sector, y la DO, vinculada a un territorio y características concretas que cierran (por ahora) la puerta a los desplazamientos. Es el caso de la pequeña bodega familiar de Clos Figueras, en la región del Priorato (Cataluña). Los tres últimos años de sequías han sido muy problemáticos para las cepas viejas, y destruyeron entre el 3% y el 4% de su plantación de 2023. Para la replantación tuvieron que optar por otras variedades de uva, precisamente porque su DO les veta probar suerte en los Pirineos. Aunque cada uno se prepara a su manera, apostilla su propietaria, Anne-Joséphine Cannan, porque «hay zonas en Burdeos que han añadido variedades de viñas que antes no estaban aprobadas por la DO, pero están más adaptadas al cambio climático».
De hecho, la consultora PwC recientemente exponía cómo la adaptación ante el cambio climático desafía el sistema de las DOs en Francia, España, Italia y otros países. Los analistas de la firma señalan que los vinos dentro de esta regulación crecen en franjas climáticas relativamente pequeñas, y ante un aumento de las temperaturas globales que supere los 2ºC, la proporción de terrenos europeos aptos para hacer buen vino «cae en picado». España, Italia y Grecia son vistas como especialmente vulnerables para los expertos, que ya calculan una pérdida del 90% de sus áreas vitivinícolas mediterráneas para finales de siglo y a causa de las olas de calor.
Ayudas al sector
El Gobierno aprobó en 2022 una nueva Intervención Sectorial Vitivinícola (ISV) en el marco de aplicación de la nueva Política Agraria Común (PAC), y con un presupuesto de 202,1 millones de euros anuales entre 2024 y 2027. Entre los objetivos de esta nueva ISV, siempre dentro de la lucha contra el cambio climático, se encuentra la reestructuración y reconversión de los viñedos, y de las infraestructuras que forman parte del proceso vitivinícola. Sin embargo, las distintas empresas consultadas por este medio insisten en que las ayudas y medidas de apoyo al sector son «irrisorias» y que el cambio climático es, ahora mismo, el elefante en la habitación de sus bodegas.
Poco tienen que hacer las lluvias del pasado 2024, que pese a bienvenidas, podrían no ser suficientes. Los últimos datos de avance de la campaña 2024-2025 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación apuntan a que la producción de vino y mosto alcanzará los 36,8 millones de hectolitros, un incremento del 15% respecto a la anterior cosecha pero que sigue un 6% por debajo de la media de los últimos cinco años.
«Este va a ser un año relativamente bueno en términos de cosecha», corrobora Tosas. Sin embargo, puntualiza, las plantas tienen recuerdo, y tras unas sequías tan severas en los últimos tres años, la vid aún se encuentra débil como para recuperar su anterior ritmo de producción.
Así las cosas, al sector le queda cruzar los dedos y confiar en que 2025 dé un respiro (climatológico) y proteja sus cosechas de otro año de fuertes sequías, danas o granizadas.
Fuente: elmundo.es (7/8/2025) pixabay.com