Al volante sin pasar por la autoescuela

Gabriel LucasQue un hombre de 30 años acabe de obtener el carné de conducir es algo habitual. Pero Gabriel Lucas, madrileño e ingeniero informático, es el primer español que consigue la licencia sin pasar por una autoescuela. Al menos, desde 1981, cuando la Dirección General de Tráfico cambió la normativa. A él le ha costado cuatro años de burocracia y de investigación y alrededor de 2.500 euros, frente a los 740 euros que cuesta de media.

Lucas tuvo incluso que adaptar su coche, que ahora tiene seis pedales, tres en el asiento del copiloto, y convencer a su madre, conductora sin sanciones, para que fuera ella quien impartiera las clases prácticas. Recuerda con cariño el camino recorrido hasta que, el pasado noviembre, consiguió la preciada L de conducción en prácticas –en su caso, de color rojo y no verde como las demás– que lo habilita como conductor novel. «Fue divertido ir descubriendo qué pasos debía seguir», explica. Para él no era una cuestión de dinero, sino de principios. «No estoy de acuerdo con que un bien común, como es el aprendizaje de la conducción, esté monopolizado», justifica. «Creo que hay que ser consecuente. Si quieres cambiar algo, ¿por qué no hacerlo?»

Los requisitos para examinarse sin pasar por una autoescuela no son muy complicados. Pero hay que disponer de un coche adaptado, con doble pedal y dos espejos retrovisores para el copiloto, que el vehículo esté asegurado y que alguien –que tenga el carné desde hace más de cinco años y que en los últimos tres no haya sido sancionado– acceda a convertirse en profesor.

Lucas no sabía nada de esto cuando, con 19 años y después de haber estado ahorrando, se inscribió en la autoescuela, «como casi todos los jóvenes». Sin embargo, cayó enfermo y no pudo asistir a las clases durante siete meses. Cuando volvió, ya recuperado, su matrícula había caducado y debía volver a pagar. No tenía dinero, así que se negó y lo dejó pasar. Hasta que, hace cuatro años, empezó a plantearse tomar el camino menos convencional y presentarse por libre. Ni siquiera en la Dirección General de Tráfico pudieron asesorarlo, hasta que no acudió con la normativa en la mano. La descubrió en un blog de internet. Después de aprobar el examen teórico –»es relativamente fácil, solo tienes que haber superado el test psicotécnico, acudir a Tráfico con dos fotos de tamaño carné, el DNI y abonar las tasas», afirma–, comenzó su particular travesía en el desierto. Se lo tomó con calma. No tenía prisa.

El Honda Accord del 98 que su tío le había regalado se convirtió en su nuevo aliado. Lucas acudió a un taller y allí lo adaptaron. «Podría haberle puesto incluso la góndola que llevan los coches de autoescuela en el techo, pero pasé», explica. Conseguir aseguradora fue más difícil. Consciente de que le resultaría complicado, envió una carta a la compañía que tenía contratada, en la que se limitó a informar de que se disponía a hacer las prácticas con ese coche. Le respondieron que no estaban interesados. Como ellos, otras cinco empresas se negaron a asistirlo. Entonces descubrió el Consorcio de Compensación de Seguros, la institución pública que recibe los casos que las empresas privadas rechazan. «Solo me hizo falta presentar dos cartas que demostraran que habían rechazado mi caso. Bueno, y convencer a mi padre para que aceptara ser titular de la póliza. ‘¿No puedes hacer las cosas como la gente normal?’, me decía. Creía que era todo demasiado marciano. Al final, accedió», relata. Su carné teórico había caducado para aquel momento y debió presentarse otras dos ocasiones.

Gabriel Lucas y su madre organizaron las clases prácticas como en un videojuego, aumentando la complejidad gradualmente

Mientras, buscaba profesor. «¿Cómo descubrir si la gente que te rodea tiene multas de tráfico?», se preguntaba. Así, un amigo suyo no pudo ser su asistente: «Había aparcado una vez en una esquina» y tenía una sanción. «Como madre no hay más que una», bromea Lucas, ella accedió. En la DGT les dieron la licencia. Tenían ocho meses para realizar prácticas. Se lo tomaron muy en serio, aunque fueron de menos a más. Como en un videojuego, fueron pasando niveles: primero, conducción en circuito cerrado -el aparcamiento de una universidad un fin de semana-; después, por Majadahonda (Madrid), su localidad natal; por último, llegaron las rutas más complicadas. Lucas llegó incluso a poner una cámara en el salpicadero para documentar el proceso, que ha ido contando en su blog. Llegó el momento de presentarse al examen práctico y, como muchos, suspendió la primera vez: «Me puse nervioso aparcando», recuerda. Su madre y él sumaron, pues, una nueva fase a su particular entrenamiento: un fin de semana aparcando «de todas las maneras posibles». El día que expiraba la licencia, que Tráfico solo concede una vez a cada conductor, por fin aprobó.

Lucas se plantea por qué su caso tiene que ser una excepción. «Antes de 1981, la DGT prestaba coches, por lo que era más fácil sacarse el carné sin pasar por una autoescuela», asegura. «Ahora el negocio está muy monopolizado, incluso pactan precios, unos 30 euros por 45 minutos de prácticas».

La Confederación Nacional de Autoescuelas recomienda, a través de un portavoz, pasar por un centro acreditado en este tipo de enseñanza, una forma de recibir «la experiencia y formación que le puede transmitir un profesor de formación vial». Lucas no les quita la razón, aunque matiza sus palabras. Es cierto que su aprendizaje ha estado muy ligado a la forma de conducir de su madre. Por eso, antes de presentarse al examen práctico contrató a un instructor de autoescuela que lo acompañó a un par de clases. «El objetivo es conducir bien, crear mejores hábitos. Conozco a mucha gente que farda de las pocas prácticas que ha dado. Yo conduje muchas horas y fui al examen muy seguro. Al final se trata de eso», justifica.

El coche permanece en casa de sus padres. Él vive en el centro y no conduce mucho

¿Y ahora qué? De momento, no conduce mucho. Su Honda Accord está en Majadahonda, en casa de sus padres, y él vive en el centro de Madrid, «donde no hace falta tener un vehículo». Además, odia la contaminación. Su iniciativa quizás anime a alguno de sus tres hermanos menores o de sus 15 primos –»tantos, que no sé ni cuántos son»–. El coche está ahí para quien quiera utilizarlo.

Lucas explica que, si hubiera «dado menos vueltas», su peculiar odisea habría salido mucho más barata: alrededor de 1.300 euros y no 2.500. Si varias personas utilizan el mismo vehículo –»aunque no siempre es fácil contar con uno»–, podría salir mucho mejor de precio. Ahora, el próximo miembro de su familia que quiera aprender a conducir sin pasar por la autoescuela solo tendrá que pagar las tasas: 100 euros. Pero él insiste en que su motivación no fue económica. Trabaja como informático en el Ayuntamiento de Madrid. Quiere que se cambie la normativa. Por eso, ha puesto en marcha un foro con el fin de generar debates respecto a la conducción y a la forma de obtener el permiso en España. Su siguiente objetivo es elaborar un manual que pueda compartirse de forma gratuita y que sea «menos soporífero» que el que se utiliza ahora mismo: «Tardé tanto en sacarme el teórico porque me dormía delante de aquel libro». Le gustaría que aprender a conducir dejara de ser la experiencia «traumática» que supone para muchos. Él ya se ha puesto al volante.

Fuente: Elpais.com (25/1/13)

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