Estos son los mayores disparates de la historia de la economía

En el año 2012, en Japón, uno de los países con la tasa de natalidad más baja del mundo, el economista Takuro Morinaga propuso como solución mágica aplicar un impuesto especial a los solteros más guapos del país. Según su fórmula, los ciudadanos serían divididos en cuatro categorías por un jurado de mujeres seleccionadas al azar. Así tendríamos a los apuestos, a los normales, a los japoneses medianamente feos y a los feos sin discusión. Los guaperas duplicarían sus impuestos y los vecinos más difíciles de ver disfrutarían de una deducción del 20%, así que encontrarían pareja más fácilmente. Pura lógica, ¿no?

La medida (quién sabe por qué laguna legal) nunca llegó a aplicarse pero nos venía bien para demostrar que el mundo sigue siendo un completo disparate 12 siglos después de las ordalías de la Europa medieval con las que arranca El gran circo de la economía, un «recorrido histórico por los hechos y las decisiones económicas más descabelladas» recopilados por Peter T. Leeson, profesor de Economía y Derecho en la Universidad George Mason.

Arranca -decíamos- su glosario de chifladuras políticas con las ordalías, una suerte de juicios que se llevaron a cabo al menos hasta el siglo XIII en los que se decidía la culpabilidad o la inocencia de un acusado en función de si se quemaba o no al meter los brazos en agua hirviendo o después de sujetar piezas de hierro candente. Era como cuando Rajoy ponía la mano en el fuego por Bárcenas pero peor.

«¿Qué es más raro, que Donald Trump haya llegado a la presidencia de Estados Unidos o que se sigan celebrando juicios por brujería en países africanos?», se pregunta Leeson para relativizar las distintas funciones de su circo, para demostrarnos que lo que hoy nos parece una excentricidad algún día fue lo normal. No hace tanto que las mujeres tenían que pedir permiso a sus maridos para abrir una cuenta bancaria en España y hace dos días, fumábamos como carreteros dentro de los aviones. «¿Hay algún sentido detrás de lo que aparentemente no tiene ni pies ni cabeza?».

Volvamos un momento a este siglo. En Arkansas, quienes se hacen un tatuaje o se ponen un piercing pagan un 6% extra de impuestos. En Maine existe una carga especial para los arándanos. Y en Maryland se paga una tasa por cada cuarto de baño que los vecinos tienen en casa. En Irlanda se planteó un impuesto por las flatulencias de las vacas para proteger la emisión de gases, obviando una noticia de La Voz de Galiciaque decía que los pedos de vaca darían energía para abastecer, por ejemplo, a 35.000 hogares gallegos.

En 2011, el Gobierno rumano propuso aprobar un impuesto del 16% de sus ingresos a los magos, videntes y distintos profesionales de la adivinación y la medida levantó tal indignación que las brujas del país se manifestaron frente a la sede del Ejecutivo para lanzar maldiciones y hechizos.

EN 2011, RUMANÍA APROBÓ UN IMPUESTO A LOS MAGOS Y VIDENTES Y LAS BRUJAS PROTESTARON CON HECHIZOS Y MALDICIONES FRENTE A LA SEDE DEL GOBIERNO 

«Si las personas actúan con racionalidad y esto significa que nuestro proceder suele estar guiado por un sentido determinado, entonces podemos concluir que las extravagancias de la historia fueron, en su momento, soluciones útiles para mejorar la sociedad«, reflexiona el profesor Leeson antes de continuar su viaje.

Desde comienzos del siglo XVIII y hasta finales del XIX las parejas inglesas de clase trabajadora podían vender a su cónyuge a cambio de buena oferta, como quien vende a Neymar en el mercado de verano o pone una tetera en Wallapop. El 26 de abril de 1832, en el Times salió un anuncio que decía: «Caballeros, mi mujer sale a la venta y será adjudicada al mejor postor. Para mí, ella ha sido como una serpiente. La tomé como esposa esperando que ayudase a asegurar la comodidad y el bienestar del hogar, pero con el tiempo se ha convertido en un tormento, una maldición, una experiencia demoníaca. El lado oscuro es ése, pero también hay otro lado más amable y positivo. Sabe leer novelas. Sabe ordeñar vacas. Sabe reír y llorar con facilidad. Sabe hacer mantequilla (…). Tiene buen paladar para el ron, la ginebra o el whisky. Ahora ya sabéis sus defectos y sus virtudes. Por tanto, sale a la venta de forma clara y transparente, para quien ofrezca al menos 50 chelines. ¿Quién da más?».

Esto, que hoy nos parece una completa aberración, sentó, sin embargo, las bases para futuras legislaciones sobre separación, divorcio e incluso la custodia infantil.

También en Inglaterra se mantuvieron durante un siglo los «juicios por combate». Hasta 1179 fue la principal forma de litigar disputas sobre la propiedad de las tierras. A palos, literalmente. En peleas que enfrentaban a los luchadores (llamados campeones) que designaba cada parte. «El sistema judicial moderno también resuelve sobre la propiedad mediante peleas, aunque en vez de ser físicas son intelectuales y en vez de ser ejecutadas por ‘campeones’ se canalizan a través de abogados», escribe Leeson.

Más estrafalario es el sistema judicial en algunas tribus africanas, que aún hoy resuelven los conflictos de brujería envenenando a una gallina a la que se explica previamente la situación durante un discurso de cinco o diez minutos. La muerte (o no) del ave determinará si hay o no algún hechizo en marcha.

O, directamente, los «juicios de bichos» que durante 250 años se realizaban en países como Francia, Italia o Suiza, donde los insectos y roedores se consideraban personas jurídicas que podían ser juzgadas por acabar con una cosecha o robar alimentos y contaban además con representación legal. «Llamo a declarar a esta rata». O algo así.

Quizás no había entonces otra manera de obtener una compensación económica por las pérdidas en un negocio. Quizás aquellos procesos contra grillos y cucarachas ayudaron a reforzar la aceptación social de una autoridad que dirimiera los conflictos.

«Mi principal conclusión -dice el autor de El gran circo de la economía– es que al margen de la época, el lugar, la religión, la cultura, el grado de riqueza o de pobreza, la gente siempre tiende a comportarse de forma racional».

Aunque lo racional sea a veces una absoluta insensatez.

Fuente: Elmundo.es (23/1/19) Pixabay.com

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