Cuando Rusia vendió Alaska a Estados Unidos: el peor negocio de la historia

Rusia fue el primer país europeo en poner pie en Alaska. Los primeros grupos, protagonizadas por cazadores, llegaron a principios del siglo XVIII, y pocas décadas después llegaban las primeras expediciones de comerciantes de pieles, que ya se asentaron en la región, y comenzaron la colonización, que se culminó a finales de siglo.

La relación inicial con los nativos era cordial. De hecho, a ellos les compraban la piel de nutria, quizá la más preciosa de las joyas que ofrecía el territorio en aquel momento. Con el paso del tiempo las cosas se fueron complicando, sobre todo por el abuso de la caza de nutrias, que acabó exterminando al animal en muchas zonas; junto con algunos problemas de convivencia que no supieron resolver, y que acabaron derivando en enfrentamientos armados, expulsión de los nativos, división de familias, esclavitud… y muchos muertos entre los locales.

Tampoco ayudó el asesino silencioso que acompañaba a los rusos: las enfermedades europeas, desconocidas en la región, y contra las que los locales no estaban inmunizados. El 80% de la población aleutiana, por ejemplo, falleció por este motivo.

Por aquella época llegaron también misioneros y clérigos de religión ortodoxa, que continuó a lo largo del siglo XIX, y que es responsable de las huellas rusas más visibles en la Alaska contemporánea.

El intento español

Por aquella época, los españoles también pusieron sus ojos en Alaska, apoyándose en la bula papal de 1493 que Alejandro VI otorgó a Isabel y Fernando. Durante décadas enviaron varias expediciones navales, algunas de las cuales incluso llegaron a entrar en contacto con los rusos. La más atrevida fue la de Bruno de Heceta, que en 1775 trató de consolidar las reclamaciones españolas en el Pacífico Norte. Uno de sus barcos, el Sonora, entró en la isla de Nutka, y reclamó formalmente la región como parte de España.

Ese movimiento acabó derivando en 1789 en la crisis de Nutka, que a punto estuvo de provocar una guerra entre España y Reino Unido, después de que varios barcos británicos entraran en aguas reclamadas por España, por lo que fueron capturados por la Armada. Londres exigió una compensación, y Madrid se negó. Llegaron a prepararse para el enfrentamiento bélico, e incluso reclamaron la ayuda de sus respectivos aliados.

Sin embargo, la sangre no llegó al río, y se resolvió pacíficamente en la Convención de Nutka, en un acuerdo que supuso una gran victoria comercial para Reino Unido, y que supuso el inicio de su dominio sobre el Pacífico.

Hoy en día, el legado español se conserva en nombres de lugares como el glaciar Malaspina, la isla de Revillagigedo, o las ciudades de Valdez y Cordova.

La población rusa nunca llegó a superar las 700 personas

Pero volviendo a Alaska y a los rusos, el cambio de siglo no le sentó nada bien. A pesar de algunas victorias militares, los clanes locales nunca dejaron de hacerles la guerra. Y los esfuerzos que hicieron nunca fueron suficientes para colonizar la región por completo. De hecho, la población rusa nunca llegó a superar las 700 personas en su momento álgido. A pesar de las riquezas del territorio, donde ya sabían que además había oro, lo caro, complicados y peligrosos que eran los viajes, no llegaron a convencer a más rusos para que se trasladasen.

A eso hay que sumarle que la Compañía de la Bahía de Hudson, canadiense, se estableció en la frontera sur, y nunca llegó a respetar las limitaciones establecidas, castigando el monopolio ruso de del comercio de la región. Entre unas cosas y otras, el control de los rusos sobre Alaska se fue debilitando cada vez más.

Llegamos así a mediados del siglo XIX, en el que Rusia se encuentra en una difícil situación financiera. Está metida en la guerra de Crimea, que le está obligando a hacer importantes esfuerzos de guerra, y no puede prestar atención a lo que pasa en Alaska. Los más allegados al zar empiezan a deslizar la idea de que lo mejor es abandonar la región, que Estados Unidos quiere conquistar todo el continente, y que les podría quitar las tierras fácilmente, sin obtener nada a cambio. Plantean la opción de venderla, y Alejandro II decide que es una decisión que merece la pena estudiar.

Negociación

Las conversaciones comenzaron en la década del siglo XIX, pero la Guerra de Secesión frenó las negociaciones. Tras el final del conflicto, se retomaron las negociaciones, que alcanzaron su punto álgido en marzo de 1867, cuando el Zar envía a su ministro en Estados Unidos a negociar con William Seward, el secretario de Estado. En tan solo unas semanas, cierran el acuerdo: Estados Unidos pagaría 7,2 millones de dólares por Alaska.

El precio, que equivaldría a unos 130 millones de dólares actuales, es menos de lo que cuesta fichar a un futbolista estrella, era económico incluso para los estándares de la época.

El cheque con el que se pagó la compra de Alaska.

La bandera de Estados Unidos fue alzada el 18 de octubre de 1867, y ante la necesidad de cambiar del calendario juliano al gregoriano, junto con el cambio de uso horario, provocó que los residentes tuvieran dos viernes seguidos: pasaron del viernes 6 de octubre al viernes 18 de octubre.

A pesar de que Estados Unidos estaba en pleno proceso expansionista, y llegó a acuerdos similares para hacerse con otras regiones, como Luisiana o Florida, había muchas dudas entre los ciudadanos, que consideraban que era un «paraje helado». De hecho, parte de la prensa atacaba al acuerdo, denominándolo la ‘Locura de Seward’, ‘La nevera de Seward’ o ‘El jardín del oso polar de Andrew Johnson’.

Pero las voces en contra quedaron acalladas rápidamente. Pese a las décadas de dominio ruso, era una tierra prácticamente sin explorar. Durante los primeros años tras el acuerdo, con los políticos de Washington más preocupados de la reconstrucción del país tras la Guerra que del nuevo territorio que habían comprado, fueron los militares y exploradores los que empezaron a recorrer la región, pintar los primeros mapas del río Yukón, y estableciendo puestos de operaciones a lo largo de los numerosos ríos interiores.

La fiebre del oro

Y en 1896 se produce el acontecimiento que lo cambiaría todo. En el territorio de Yukón en Canadá encuentran oro. Miles de mineros, acompañados de nuevos pobladores, deciden irse a Alaska, a comprobar si allí también lo encuentran. Esas miles de personas exigen infraestructuras y servicios, lo que supone un gran impulso para la región.

Tan solo tres años después los exploradores encuentran oro en Nome y otros pueblos, lo que se conoció como ‘la fiebre del oro de Klondike’, y que supuso el impulso definitivo para Alaska.

El cambio de siglo supuso el salto económico para la región, con la construcción de nuevos centros urbanos para acoger a toda la gente que estaba llegando. Empiezan a hacerse populares las industrias de la minería de cobre, la pesca y el enlatado. Hay ciudades que ya cuentan con hasta diez fábricas de conservas. Los estadounidenses también se expandieron hacia el interior y el Ártico de Alaska, explotando la piel de los animales, el pescado y otros negocios de los que dependían los nativos.

En los primeros 50 años de propiedad los americanos ya habían ganado 100 veces más que lo que invirtieron en la compra.

La II Guerra Mundial y los comienzos de la Guerra Fría reflejó además la importancia estratégica y geopolítica de la región. Aumenta la presencia militar, y en 1959 el territorio se incorpora como Estado de los Estados Unidos.

En la misma época se descubren yacimientos petrolíferos, que suponen un nuevo impulso para la región, y que se ha ido consolidando como la principal fuente de ingresos. En los 70 construyeron un oleoducto de 8.000 millones que le unía al resto del país. Generó ingresos per cápita tan altos que repercutieron en toda la población.

El Fondo Permanente de Alaska

Para evitar que la fiebre del petróleo acabase tan mal como la de la piel de nutria, cuyas mejoras económicas dejaron de notarse tan pronto como se acabaron los recursos, el Estado creó el Fondo Permanente de Alaska, un fideicomiso con el que invierten una cuarta parte de todos los ingresos minerales.

El resultado fue un éxito. En medio siglo ha pasado de controlar 734.000 dólares, que es con lo que nació en 1976, a más de 82.000 millones en la actualidad. Además, desde 1982 abona un dividendo anual a cada ciudadano que resida al menos 6 meses en Alaska, una suerte de renta básica, por el que entregan unos 2.000 dólares per cápita al año. Ha generado más dinero que el petróleo.

Hoy en día Alaska cuenta con una población de unas 700.000 personas. El 15% de la población es nativa. Y lo único que queda ruso son algunos edificios y la fuerte presencia de la iglesia ortodoxa.

Fuente: eleconomista.es (22/3/22) pixabay.com

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