Horas extra en el vagón

tiempo pasadoEl tiempo es una de las mercancías más valoradas de la sociedad contemporánea. Parece que nunca se tenga suficiente: todo el mundo posee poco o percibe en algún momento que lo ha malgastado. José Manuel Cordero, de 46 años, es médico y cada mañana apura su tiempo. Vive en Madrid y trabaja en Ciudad Real. Desde que suena su despertador, a las 5.50, todos sus movimientos están sincronizados. Por la noche deja el maletín preparado, elige la ropa que se va a poner y abotona su camisa dejando dos botones sueltos: “Así me la pongo como si fuera una camiseta y pierdo menos tiempo”.

También controla cuánto tarda en afeitarse (seis minutos); el momento en el que pasa el Cercanías por su estación (a las 6.18) y el vagón en el que ha de colocarse, el primero, para no tener que caminar en el andén de destino. Sus movimientos diarios parecen una coreografía cuya finalidad es no tardar más de una hora y 45 minutos en llegar a su destino. Cordero es un avelino. Así se autodenominan las personas que utilizan los Avant, trenes de alta velocidad y media distancia, para ir al trabajo.

Son las 6.36. Cordero ha llegado a la estación madrileña de Atocha, donde se encuentra con un grupo de amigos que diariamente realizan el mismo trayecto. Hoy van con tiempo. Quedan cuatro minutos para que salga el tren a Ciudad Real. “Cuando viajas rutinariamente, intentas optimizar al máximo”, comenta. Él lleva seis años haciéndolo.

Los españoles con un puesto de trabajo invierten una media de 92 minutos diarios en transporte, según la encuesta de Empleo del tiempo del INE de 2014. “El problema del estudio es que no se ciñe solamente a los trayectos por motivos laborales”, apunta Luis Álvarez, especialista en movilidad de la consultora Freemob. “Ese desinterés por cuantificar lo que tardamos en ir al trabajo evidencia la poca atención que prestamos a un tiempo que representa el 3,5% del PIB”, añade.

Álvarez extrae esa cifra de un estudio elaborado por La Caixa en 2008 que determinó que los españoles empleaban una media de 57 minutos al día en ir y volver al trabajo. En el caso de Madrid y Barcelona esa duración ascendía a 71 y 68 minutos, respectivamente, a un nivel similar a los de Londres (74), según los datos oficiales de Transport for London o Berlín (64), según la investigación del Instituto de investigación sobre el Transporte alemán.

Cifras de Renfe indican que los viajeros que utilizan sus ocho líneas de alta velocidad y media distancia aumentaron en casi medio millón —6.526.000 pasajeros en total— entre 2012 y 2013. Más de la mitad de ellos (un 52%) lo utilizan cada día por motivos laborales o de formación, según el operador ferroviario, que realiza el cálculo en función del tipo de billete (el Abono Plus) que usan estos viajeros.

En el primer tren de la mañana de Madrid a Ciudad Real el silencio es sepulcral. “Cuesta adaptarse”, susurra África García. La mayoría de pasajeros duermen arropados con mantas traídas de sus casas. García es ginecóloga en el mismo hospital que Cordero y siempre se sienta en el mismo sitio, no el que marca el billete, sino el que ella ha elegido. Todos lo hacen; la rutina les ha otorgado ese derecho. Tienen controlado cada detalle. Al otro lado de la ventana, amanece.

“Este tipo de rutina causa infelicidad”, concluye el sociólogo de la Universidad de Harvard Robert Putnam. En el mundo anglosajón interesan estos viajeros cotidianos; se los denomina commuters y hay diversos estudios sobre sus dinámicas. Uno realizado por la Oficina Nacional de Estadísticas de Reino Unido (ONS, por sus siglas en inglés) concluye que cada minuto que un ciudadano pasa yendo a la oficina es un poco menos feliz (un 0,002%) y tiene más ansiedad (un 0,005%). El punto crítico se registra entre los 61 y los 90 minutos diarios.

“Llega un momento en que lo acabas asumiendo e intentas aprovechar el viaje”, dice Beatriz Vallejo. Esta psicóloga vive en Alcalá de Henares (Madrid) y trabaja en Puertollano (Ciudad Real). Utiliza el mismo tren que Cordero y García. Cada día pasa cuatro horas entre idas y vueltas. “El transporte está asociado al trabajo y a la rutina; prácticamente forma parte del horario laboral”, resume Pedro Malpica, sociólogo y profesor de la Universidad de Sevilla especializado en movilidad. “En la situación económica actual, la gente asume cualquier coste por tener un empleo”, indica.

Otra viajera es Carmen, quien prefiere no dar su apellido. Su gasto en transporte no baja de los 400 euros mensuales. Es farmacéutica y trabaja desde hace dos décadas en Ciudad Real. “Si piensas demasiado, te agobias”, reconoce. Son las 7.33. “Considero este tiempo de viaje como una parte del día dedicada exclusivamente para mí”, continúa. Las puertas se acaban de abrir. En la estación manchega se reúne con un par de colegas con los que camina media hora hasta su trabajo. “Así hago ejercicio”.

Horas después, en la vuelta a casa, se encuentran de nuevo muchos de los pasajeros de la mañana. “Los viernes nos traemos algo de beber y un picoteo”, señala Vallejo. En la parada de Ciudad Real suben Cordero y García. Son las 15.32. Ella trae ensaladilla rusa. Entre refrescos y canapés, la vuelta pasa volando. “Próxima estación: Puerta de Atocha”, anuncia la megafonía. Son las 16.28. “Al hacer esto te acostumbras a dormir menos, a comer a tus horas y a organizarte. A mí no me agobia demasiado”, concluye.

Fuente: Elpais.es (9/11/14)

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