José Marlet: el español que inventó la cafetera de cápsulas y el misterio que no le dejó hacerse multimillonario

En una casa de Sant Cugat del Vallés (Barcelona) hay una cafetera de dos metros de altura y más de cien kilos de peso que se sigue utilizando y emite una vocecita: «Espere, ¡gracias!». LOC cuenta la historia en exclusiva de su creador.

Se llamaba José Marlet Barrera (1908-1988), alguien que nació en Sabadell y que no está en la memoria de casi nadie. Fabricó hasta 15 prototipos de máquinas de café. Una de ellas se la arrebataron durante dos meses y medio. Le habían premiado por ella: recibió la Medalla de Oro en la Third Annual Inventors and New Products Exposition en Nueva York y el mismo mérito en otra exposición de Bruselas de 1969. Ahí fue donde todo se torció.

Marlet volvió a Cataluña pero su cafetera no. La máquina se embarcó en el avión de la compañía Sabena, como el resto de inventos de los demás participantes. Al ver que no volvía sin ninguna explicación formuló una denuncia de la desaparición en el Juzgado número 10 de Barcelona y empezaron a realizarse pesquisas, pero con resultado negativo, siempre.

El director de las líneas aéreas belgas, don Georges Volckaer, se movilizó para conocer lo que había ocurrido con su cafetera. La pérdida se convirtió en un asunto de relevancia nacional e internacional (y los periódicos se hicieron eco) porque no era una pérdida era un posible caso de «espionaje industrial»: que habían robado la máquina para estudiarla y replicarla.

Estaba seguro de ello. «Estoy convencido de que se trata de un robo industrial» sostuvo en una de las entrevistas que le hicieron.

-¿Estaba asegurada la máquina?
-Sí, pero no cubre más que su valor material

En su construcción, contaba, invirtieron unos 25 millones de pesetas. Estaba registrada en Alemania, Francia, Italia, Inglaterra, Suiza, España, Bélgica, Canadá y Japón. Seguía sin saberse nada. Trascendió tanto que dio hasta para hacer noticias falsas: salió un bulo de que se había encontrado su cafetera en Nueva York, pero no era real.

Hasta pasados dos meses y medio no volvió a ver su máquina. Apareció en un almacén de Barajas cubierto por una lona.

Se dio orden a uno de los capataces del aeropuerto para que desalojase y verificase la limpieza de uno de los almacenes exteriores, y la encontraron allí, como si nada. Volckaert -el de la aerolínea belga- reconoció la rareza: «En su desaparición han influido una serie de extrañas y casuales circunstancias. Creemos que la equivocación surgió en Bruselas. Alguien sufrió un error al escribir el número que correspondía a la etiqueta o tal vez en la etiqueta misma. Digo que ocurrieron varias circunstancias extrañas porque inexplicablemente de Bruselas no respondieron al telegrama enviado por Iberia».

La prensa que cubrió el encuentro se mantuvo escéptica: el paquete había estado olvidado en Barajas tapado con la misma lona que se le cubrió un día que llovía y «no fue visto por ninguna de las varias personas que varias veces trataron de localizarlo». Marlet también tenía dudas de que simplemente fuera «un error» y fue con un notario a revisar su cafetera. Vieron que la máquina había sido intervenida, que sus mecanismos no estaban de la forma en que este sabadellense la dejó. Pero no se hizo nada al respecto. «La verdad sobre lo ocurrido es difícil que se sepa algún día», zanjaron en uno de los artículos de la época.

El genio prefirió mirar hacia delante. «Para mí toda aquella extraña historia está ya olvidada«, aseguró en una de sus últimas entrevistas.

Esta información la ha obtenido LOC a través de una de sus nietas -prefiere que no se desvele su identidad- que guarda cada una de las líneas sobre su abuelo en un álbum. La inmortalidad de Marlet es gracias a Liberata Masoliver, su mujer. «Recopiló todos los artículos de prensa, no sé si lo hizo por amor o por interés novelístico». Eran totalmente opuestos. «Vivían en dos mundos paralelos», explica su nieta. Pero se respetaban mutuamente.

Tenía cerca de 50 inventos registrados. El primero que ha encontrado su nieta es del año 1934. Pero su primera creación con olor café data del año 1957. Según ha confirmado a LOC la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM) se sucedieron varios modelos y con cada uno añadía una novedad. Una cafetera dotada de automatismo; con depósito de agua, equilibrador térmico y dosificador; un casquillo perfeccionado para cafeteras; con cartucho de carga… Cada invento parece el predecesor del siguiente. Por eso él odiaba la palabra inventor.

«Creo que en toda la historia hay solo dos o tres hombres que pueden ser considerados propiamente como inventores, como Marconi o Edison. Los demás no han hecho más que trabajar a partir de una idea ya conocida. Es decir: han mejorado una idea. Y esto es lo que yo creo que es una de mis mejores cualidades. Veo una cosa y siempre pienso en algo para mejorarla».

Fue perfeccionando la técnica hasta que dio con lo que definió como «una máquina honrada y educada», la bautizó como HIMCA. «La más moderna y revolucionaria máquina expende-cafés. Tras depositar la moneda, se percibe una voz que dice: ‘espere ¡gracias!'». Acto seguido servía un aromático café y otro y otro, tantos como monedas se fueran depositando.

De la amabilidad y las voces en las cafeteras pasó a los casquillos o lo que hoy podría ser una cápsula de Nespresso. Según un estudio de OXFAM, desde el crecimiento de Nespresso en la década de 1990, las cápsulas se han vuelto cada vez más populares entre los consumidores. Se estima que sólo Nespresso fabrica unas 14 mil millones de cápsulas cada año.

Marlet se inició en ellas casi diez años antes del que se ha repetido en todos los periódicos como el inventor de las cápsulas de café, Eric Favre. Es el inventor oficial, su descubrimiento data de 1976. Un italiano que se convirtió en el presidente de la empresa cafetera. Marlet siempre creía que iba a tener esa suerte.

Su nieta asegura que repetía una y otra vez «aquest any ens farem milloranis» (Este año nos haremos millonarios). Pero nunca ocurrió.

Ninguna de las medallas ni de sus inventos le proporcionaron riqueza porque todo el dinero que entraba se lo gastaba. «Invertía en nuevas patentes y perfeccionamiento». Cada vez que encontraba una versión mejorada de su invento anterior volvía a crear otra patente. Y así, hasta el final. No tenía pensión, ni nada.

Se divertía juntándose con sus amigos en las sesiones de jazz que organizaba en su casa de Sant Cugat del Vallés. «Las frecuentaban generaciones de jóvenes y de mayores que vivían alrededor, eran reuniones informales de amigos y conocidos. Él tocaba la batería, con mucho entusiasmo y poca técnica».
Le acompañaban su hija y su yerno. En ningún caso participaba Liberata -aquí también chocaban- que calificaba la música jazz como «un ruido insoportable», recuerda su nieta.

Para ella también era un raro, un excéntrico que sonreía siempre. Para el resto un hombre generoso (que repartía el poco dinero que ganaba al que lo necesitara) y para su entorno «alguien muy familiar que gozaba de una mala salud de hierro». Sus seres queridos le acompañaron hasta el final. «Murió sin un céntimo en el bolsillo» y sin reconocimiento por sus inventos. Él siempre decía que si hubiera nacido en Estados Unidos habría sido millonario.

Fuente: elmundo.es (23/2/24) pixbay.com

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